lunes, 20 de agosto de 2012

Columna VII

El odio es un lastre y el amor cambia la gravedad. Pero el perdón corta la cuerda.



La vida da miedo, enfrentarse a algo cuesta y ese gasto de valor puede llevarnos a una desilusión provocada  por el fracaso que nos extirpa las ganas de intentarlo de nuevo. Ya sea enfrentándote a un marido cabrón o a una página en blanco, el valor no es algo que regalen los trileros en el muelle. Es algo que se tiene y se gasta, como el dinero pero menos inmoral.

Estamos demasiado acostumbrados al fracaso, desde pequeños se nos resta importancia a nuestros fallos, nos acarician el pelo cuando la cagamos y nos consuelan con los típicos "no pasa nada" y "no tiene importancia". Asumimos que errar es humano y no tiene nada más que un mínimo castigo, una lágrima y otro jodido intento por la mañana. No pensamos en las consecuencias y por ello hacemos las cosas sin esfuerzo, sin ganas, porque sabemos que tenemos una red que evitará la caída.

Los hombres no se esfuerzan en seducir a una mujer. El amor, tal y como era, ha muerto. Ese deseo de poder pasar toda una vida con una hermosa dama ha desaparecido. Nos reímos del romanticismo como si fuera el tonto del pueblo. Ahora nos dedicamos a soltar paridas subidas de tono sin pensar en las consecuencias. No existe el miedo a perderla, el saber elegir las palabras que decirle, la última lucha por algo imposible. Todo eso ha desaparecido porque sabemos que hay muchas más mujeres en este mundo y no te importa con cual fingir follar una vez a la semana. Esto es culpa de todos, los unos por los unos, los otros por los otros; hemos llegado a un punto sin retorno, miramos atrás y no somos capaces de ver el camino de vuelta.

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