domingo, 19 de agosto de 2012

Columna VI

Quizá esté enamorado de la idea del amor.

El ser humano es antipático por naturaleza. Nos enfadamos con las personas que queremos por cualquier tontería, como la espuma de champan (esa bebida nihilista de las clases sociales con el culo más importante que el resto del mundo), el enfado sube rápido, odias todo, pero en realidad es solo aire y una vez que baja te das cuenta de lo jodidamente idiota que eres. Pero claro, humanos del mundo, acercaos un momento, tengo una cosa importante que decir: somos los hijos malditos de Dios que han acabado por diferenciarse tanto de su Padre que nos hemos convertido en su enemigo.

Una vez que aceptamos que no "ha sido para tanto" actúa nuestro orgullo y no nos permite decir claramente "soy un gilipollas". Cada parte se queda jodida en un rincón de la habitación, esperando que el otro de el paso y diga que todo es una mierda sin importancia, para asentir, darse un largo beso y quizá pedirse disculpas en horizontal. Lástima que el silencio sea tan efectivo y traicionero. Lo peor no ha acabado, esa herida queda ahí, latente y cuando uno de los dos se cansa de los fallos del otro, decide que ese es el momento de mandarlo a la mierda y que le jodan. Es tan cierto y tan triste ver como las relaciones se acaban por los propios defectos del ser humano, unos defectos naturales que son fáciles de cambiar, al menos, esa es la esperanza de un servidor.

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